Destiempo


Pronunciaste las palabras desatando 14 casos de ese virus al que llaman melancolía. Pronunciaste las palabras tardíamente, bajo la lluvia, de madrugada, cuando yo solo intentaba burlarlo, jugar contigo ese juego en el que siempre pierdo.

Pronunciaste las palabras cuando ya no te esperaba, en medio de mi nuevo intento, reenviando preguntas para entender tus intenciones dejando a mi elección todos los artes abstractos que creí haberles dado fin cuando te fuiste, cuando te faltaba distancia, cuando te faltaba soledad, cuando te faltaba apoyo.

Pronunciaste las palabras como si supieras lo que quieres, como si supieras que me quieres, si es que me quieres. Pronunciaste las palabras y yo no sabía si tenía que atajar un atisbo de arrepentimiento en tu voz, si tenía que atajar un atisbo de agradecimiento en el tiempo o si era la pieza que faltaba para cerrar el ciclo de distancias irremediables, sin embargo te ofrecí mi firmeza débil y mi fe contenta, ya no queriéndote para mí sino para quien es todo para mí, aunque en todo lo que pensaba era en tu voz al alcance de mi oído, cuando todo lo que pensaba era en el beso de paz que recibí de tus labios y lo debí dejar hasta ahí.

Pronunciaste las palabras y descoloqué la gravedad, el corazón me peló los ojos, la ilusión abrió la boca y el rastro me levantó los hombros y las manos pero yo todavía no sabía qué hacer, comencé a buscar en todas las canciones, recorriéndolas de todas las maneras a ver si encontraba algo que nos definiera y brindara una ayuda idónea a mi infortunio, grabándome en los mejores tonos que lleguen a tu corazón y borrándome inmediatamente todos los intentos.

Cuanto espié tu pasado queriendo que me acogieras en tu amor, que volvieras a darle sentido a todas las palabras en mi nombre con ganas sin pretérito.

Cuanto esperaba las tardes para verte desde mi balcón, con tus piernas hábiles, con tu mano muerta, con tu pasión. Para verte y escucharte reír con tu cabeza hacia atrás.

Cuanto esperaba que de camino a tu casa dieras por lo menos una vista a mi balcón y morirme una vez que lo hicieras, sin que sospecharas que yo te vigilaba desde un lugar más cercano sumándote delicadas decepciones, celebrándome pequeñas proezas.

Cuanto esperaba que en los paseos con mi perro o de la mano de mi sobrina haya disimulado muy bien el no haberte visto pasar con otra.

Cuanto esperé para apodarme de nuevo las esperanzas, quitarme los temores, ajustarme la dignidad,

y ahora

que por fin pronunciaste las palabras, ya no sé si estaban llenas de alcohol o de conciencia, desmantelando horizontalmente delante de mí un semáforo para pisar a mi juicio, pero yo sé que solo una palabra tuya bastará para matarme, y aun así, decidí pararme en el renglón.