Después de todo


Me pregunto si una vez nace una ilusión herida ya nunca muere, aunque ni siquiera necesite tocarte y sigo volteando a tu balcón sabiendo que no voy a verte, aunque sigo posponiendo una y otra vez escribir sobre la noche del encuentro, cuando no temía a la tiniebla porque tú me esperabas, me cuidabas con tus ojos hasta que te serví de apoyo cuando preguntaste "¿Puedo?” y yo te dejé acostar tu cabeza en mi hombro derecho, y sabiendo que no podía competir con el futbol solo deseaba que al reloj se le atrasaran las manillas, se le colgaran los números o se le acabara la arena, porque me bastaba con solo estar contigo, aunque no hiciéramos nada, aunque no dijéramos nada, y era, todavía, mi lugar favorito.

A ésta altura aún no me explico qué parte del ciclo me atrapó en ti porque lo único que hacías era fallarme y desviarte a una dirección un poco más lejana y a pesar de verte quería oírlo de tu boca, emitiéndote gracia para recibir misericordia, y en tu camino por las escaleras me atropellaste el por lo menos con una mirada que me enfermó las piernas y me secó la garganta, pero me ha costado contenerme a ver en la noche del encuentro, esa esquina oscura en la que sólo vislumbraba tu franela blanca, desde donde tu veías la luz de mi móvil y dijiste “Vente” para después de haber llegado seas tú el que se fuera sin siquiera leerme como boleto de ida, como tasa de viaje, dejándome esa ilusión herida en la que me pregunto, justo ahora con tu voz hablándome al oído, si una vez que renace

Ya nunca muere.