Tu convicción y mi certeza

Acostumbré los días a tu lado, a esperar tus pasos para atravesar edificios dos días a la semana o a tener excusas para verte cuando se va la luz.

Acostumbré a mis dedos a enlazarse a los tuyos, a decir te quiero y a dormirte como un niño.

Acostumbré a mi cuerpo a que en tu abrazo me estrujaras tanto hasta volverme nada en la música de mis huesos y luego respirando, caer recostada en tu hombro.

Acostumbré a sentarme en mi rincón favorito de las escaleras donde ubicabas tu cuerpo cubriéndome de frio.

Acostumbré amarte en mi muñeca, en la luna tétrica y resignada, en el sacrificio de Yondu donde no tienes señal.

Acostumbré  no decir a voz alta el pie del graffiti y aprovecho tus ojos cerrados para no frustrarme en un te quiero incompleto, resumo los caracteres de mi lengua y me aseguro de que no leas mis labios.

Y está bien así,
ya el milagro está hecho y sólo ha de ser perfeccionada la obra, porque acostumbré mi corazón a la fe que me dejaste
A esta, a la firme

A tu fe.