Alcanzándonos



Amarrado a mí, tan fácilmente desatable.

Me gustó ver tus ojos revueltos de dolor y ternura,
por mi culpa y gracias a mí.

Te arrodillaste, y más allá del talón me alcanzaste las rodillas,
pero ¿Cuál es aquí el punto débil?



Cada vez que decidís pronunciar que te vas, ya te has arrepentido;
y seguís aquí
adivinando un dilema.
¿Te gustó ver el lago en mis ojos?
Fue por tu culpa y gracias a ti.

Igual y no se sabe cual es aquí el punto débil,
sólo se sabe que yo soy tu blanco y (sobretodo) vos sos el mío.
Y pese a que estoy atada a ti (aunque sean tus brazos los que me amarran) puedo fácilmente desatarme.



Yo sólo rozo tus hombros y pierdo mis dedos en tus cabellos.
Pero decíme, avisáme,
aprovechá ahora que no hay nudos, sino lazos


hechos tan raramente que no sabemos identificarlos.

Te arrodillaste (y me viste) y más allá de alcanzarme la mirada, me alcanzaste el alma.
Pero no la toqués, detenete, preguntáte:
¿Dónde están nuestros talones?
Claro, por no decir el de Aquiles.

(y no queremos encontrarlos).





P.S.: No respondas.