A la plenitud

Te juro que yo lo intento pero no sé llevarte con magnificencia hacia la plenitud del árbol. Lo hago todo como un lenguaje coloquial 
y escala tras escala. 

No sé amar con tecnicismo, ni irme ni venirme con extravagancia, sea cual sea el lugar, sea cual sea la rama.
No sé posarme, pasarme o pasearme por el tronco de los árboles como los gusanos rozando la barriga en su vaivén exacto hasta el límite de la hoja. Lo hago como has visto, a tropezones, sin saber bien qué hacer con todo lo que se desgasta en las lenguas, en las raíces. Idiomatizándome cada línea que te leo para interpretarte como Dios manda, aunque quizá Dios no lo mande.

Te juro que yo te intento desfilar a buen estilo mi cariño pero me doblo el pie, me cansa el tacón, me rozan las piernas, déjame amarte en tenis, despeinada, a los ojos. Soy bastante común, nada asombroso, apenas quien te baila las pestañas, quien te rocía, quien te crece.
No sé amar con estrategias ni con jugadas, ni a otra persona que no seas tú, ni sé llevarte en otro sitio que no sea mi pecho, 
corteza a corteza.

No sé llevarte más que así, 
corriente, 
inadecuada, 
esperma derretida en tus manos, 
manzana roja, 
gusano barrigón, 
lluvia torrencial 
y hoja ligera, mojada

hasta tu copa.