¿Qué duele más?

La mordida de un perro. ¿Les ha mordido un perro?
Duele, así, como duele a veces una burla.

O morderse la lengua; eso duele,
así, como duele una injusticia.

Pincharse el dedo, con una grapa, o una aguja, eso también duele; y es increíble cómo sale tanta sangre de un orificio tan diminuto. Y sale así, y duele,  como duelen las iniquidades.

Y es que estas pequeñas cosas duelen, así como duele la impotencia cuando se esconde por mucho rato, así como duelen las lágrimas amontonadas, justo antes de derramarse; como duele un nudo en la garganta, ese que aún me es increíble que no haya logrado ahogarnos.

Duelen un montón estas cosas, pero no tanto.

No tanto como duele mi bandera, como duelen sus colores y cada una de sus estrellas.
Porque mi país, ese sí que duele.
Duele, así, como sólo él sabe doler.

Y es que preferiría volver a esconderme debajo de las escaleras, así, de rodillas, como cuando era niña, para luego, al levantarme, sentir el dolor de un chinche, clavado ahí,  justo en medio de mi rodilla. Por si no te ha pasado, eso duele.

Y me atrevo a decir con la única certeza completa que he tenido en mi vida, que no soy la única  persona que preferiría vendarse los ojos y correr hacia un laberinto de paredes afiladas, con el dedo meñique de cada pie completamente expuesto y libre.

Correr y correr, con el dedo meñique de cada pie dispuesto a sufrir los golpes, el dolor de todo un país; éste, mi país, el que sólo quiere ser la última palabra del párrafo anterior.

Pero aquí vamos, seguiremos corriendo este laberinto hasta encontrar una salida; mientras sentimos como el país nos duele.

Porque mi país, ese sí que duele.

Y duele así, como sólo él sabe doler.