¿Quién se rinde?

Levantando los brazos,

se rinde...
Y no me hala, y no me arroja a sus brazos,
no suelta el suspiro,
no atrapa el espacio.
Y se atreve a dejar allí,
a solas y en la nada,
las ilusiones mediocres e intactas,
que alguna vez, fueron suyas siempre.

Y se aferra y sonríe

al enloquecido descaro,
arrogante desamparo de prisa inmediata,
rencor horrendo y crudo que no cabe en la pupila,
huyendo, corre y y se aleja,
mientras se acerca más
a las hojas secas,
de un otoño viejo, olvidado,
que vuelve y se muestra,
cual recóndita alegría,
de lamento almibarado.

Una invisible puerta

sin los cerrojos pasados,
me hace alzar la mirada
ante algo inesperado;
y quien está frente a mí
ya no está levantando,
sino extendiendo los brazos,
en silencio gritando:
-¡Apresúrate a mi abrazo!-
Y me hala y me arroja a sus brazos,
suelta el suspiro,
atrapa el espacio,

entonces me rindo,

ante la recóndita ternura,
de su querer almibarado.